Un tahur novelista por Rosina Valcárcel

Jorge Salazar, 1962

Conocí a Jorge Salazar el ‘62 en el Instituto Mariátegui, él tenía 23 años, era solitario, serio y militante comunista. A partir de 1964 en la Universidad de San Marcos, cerca a Adriana Palomino, Alaín Elías, Carmen Sánchez, cultivamos sueños e inquietudes. Con el tiempo, su humor y cierto escepticismo se expresarán en sus libros distinguidos. Es un escritor importante y un agudo periodista ameno, por sus viajes se hizo mundano, tahur favorecido por la suerte en el juego, lo que solo es resultado de su fe en el azar y le permite compartir los frutos de ese don. Desde 1995, de modo intermitente, platicamos alrededor de una mesa frente a un delicioso plato de comida preparada por él. Así supe que para Coco escribir es todo. Le causa tristeza y dicha, cuando concluye algo se siente un dios, por crear universos que substituyen el real, que mejoran todo lo ya caduco: la Iglesia o el Partido. Hoy sobrevive como los gatos (que amamos) y va por su sexta vida toreando los males del corazón.

¿Desde cuándo escribes narrativa y qué te motivó?
No tengo una memoria precisa sobre cuándo empecé a escribir, lo que sí puedo afirmar es que al provenir de un hogar conservador y tradicional, dónde los niños “deben escuchar a los mayores”, sentía que me faltaba comunicación y empecé a escribir ... sueños, amores, frustraciones ... Algunos temas o personajes son útiles para enmascarar al infante, aquel que éramos en la niñez y que, a veces, deseamos seguir siendo. Algunas tardes ese niño aparece y se esfuma como un cuento de brujos.

¿Qué libros y autores influyeron en tu obra?
Muchos. Lo que pasa es que libros y autores tienen sus edades, sus tiempos, de niño leía a Monteiro Lobato, Salgari; luego vendría Walter Scott, Unamuno ... Mi generación leía y adoraba a Sartre, Vallejo, García Lorca, la Rochefort ... De muchacho me llegó muy cerca Enrique Congrains; luego vendrían Borges y Vargas Llosa. Hubo un tiempo para un trío de españoles: Luis Martín Santos, Cela y Antonio Gala ... Ya te digo, admiro a muchísimos amigos: Gregorio Martínez, Miguelito Gutierrez ... Me imagino que hay mucho más libros y autores que influyen y me ayudan en el oficio ...

¿Qué filmes y directores te marcaron?
Con el cine me sucede lo mismo que con la lectura: cada época de la vida, creo, tiene sus películas y directores: los western de John Ford; el realismo italiano de Rosellini, De Sica; películas inolvidables: Roma, ciudad abierta, Nos habíamos amado tanto... Eran días de Gasman, y Ettore Scola. Mastroiani y Fellini. Estos días tengo en la memoria franceses como Chabrol o ingleses como Hitchcock. ¿Cómo dejar de lado el formidable trabajo de Clint Easwood? Hay edades, tiempos ...

¿De tus viajes, qué rescatas?
Creo que ha sido una suerte haber terminado la escuela en Europa, Inglaterra. El vivir tantos años fuera del país te enseña a tomar conciencia de tu propio país: sus miserias y grandezas; también a darte cuenta que somos herederos de una formidable civilización y tendríamos que estar a la altura de ello. Conocer otros pueblos, satisface curiosidades y te convierte en un humanista.

¿De tu militancia juvenil qué recuerdas?
Creo que ser de izquierda, militante, era una opción impostergable en los años de juventud, los años ‘60. Los jóvenes no podrían dejar de lado el tren de esa historia.

¿Qué grandes penas, tristezas?
Todavía, y creo que nunca pasará, me duelen la muerte de mi abuela y mi madre; la de algunos compañeros luchadores, Heraud, Pedro Pinillos. Y, por supuesto, me cuesta trabajo saber que Lucho Hernández no vendrá a cenar a la casa.

¿Qué piensas del amor y qué de la amistad a estas alturas de tu vida?
Que no sirven para nada, salvo para conseguir lo más importante de la existencia: ser feliz.